HIM
Greatest Lovesongs Vol. 666

Hay discos que no nacen: se invocan.
Como un rezo pronunciado en medio del humo y la sangre, "Greatest Lovesongs Vol. 666" (1997) es el debut con el que HIM transformó el amor en liturgia y la desesperación en combustible. Bajo la voz espectral de Ville Valo, este álbum funde el pulso metálico del norte con el perfume envenenado del romanticismo europeo; una misa gótica donde las guitarras rezuman melancolía y cada verso suena a confesión nocturna.
Desde la primera nota de "Your Sweet 666" la narrativa alcanza su centro simbólico: la canción se erige erige a modo de liturgia profana, una oda al deseo que arde hasta convertirse en condena. Valo no invoca al demonio: invoca al sentimiento que lo devora. Ese '666' no es un emblema de fe negra, sino la cifra secreta del romanticismo maldito: el amor absoluto, aquel que se vuelve adicción y perdición. El número maldito se vuelve símbolo del vínculo entre lo sagrado y lo erótico, el eco moderno del 'Amor Eterno' que los románticos entendían como un suicidio voluntario.
Musicalmente, la banda escapa de los clichés del metal gótico y construye algo distinto: una teología del deseo. Las guitarras de Mikko Lindström no golpean; laten. Los bajos resuenan cual fueran corazones de hierro, mientras la voz se mueve entre súplica y hechizo. Cada verso parece escrito con la pluma de Lord Byron, empapado en el cinismo luminoso de Charles Baudelaire: amantes que buscan la pureza dentro del pecado, besos que prometen redención pero entregan fuego.
La versión de "Wicked Game" – de don CHRIS ISAAK- suena similar a un espejo roto, un anhelo que se reconoce culpable. "The Heartless" y "Our Diabolikal Rapture" se deslizan como poemas de cementerio: belleza que sangra, ternura que supura. Y en el cierre, "For You", la banda alcanza su clímax estético: un himno fúnebre donde el amor y la muerte finalmente se confunden en una sola respiración; una plegaria de quien ama sabiendo que amar es perecer.
Lo que la banda propone aquí no es nihilismo, sino una forma de espiritualidad romántica. Una fe en la contradicción: en que el deseo destruye, pero también revela. Como en el siglo XIX, el amante moderno de VV se parece más a un ángel caído que a un héroe. Su dolor no pide piedad, pide belleza. Y es que nivel conceptual, el disco bebe de la tradición literaria del exceso: Byron, Shelley, Poe, Baudelaire. Todos ellos sabían que ese profundo sentimiento de admiración y anhelo no es virtud sino vértigo. Ville y compañía heredan esa conciencia trágica y la traduce en distorsión, reverb y voz grave. El resultado es una alquimia que suena tanto a plegaria como a profanación.
No es casual que el álbum terminara con una pista oculta para ajustar su duración exacta a 66:06: un gesto de humor negro, una rúbrica estética que convierte la ironía en sello, más allá de estos nueve capítulos que narran el viaje desde la inocencia hasta la ruina.
En el universo de la agrupación, amar no es una salvación: es un acto de fe sin religión.
"Greatest Lovesongs Vol. 666" resuena cual catedral sin dios, donde el incienso es humo de cigarro y el agua bendita sabe a vodka. Su grandeza radica en haber encontrado, en plena era post-grunge, un lenguaje que une a los románticos del XIX con los hijos desencantados del fin del milenio.
El debut de HIM no busca redimir: busca recordar. Hay que recordar que incluso los corazones rotos laten con más fuerza cuando se saben condenados. Que el amor, en su esencia más pura, es siempre una forma de muerte lenta y bellísima.
Y que, a veces, sólo en el infierno encontramos la música más dulce.
Por Hernán González U.
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